Juan Pedro Serrano, secretario general del PSPV de la Pobla de Vallbona
Por estas fechas, los gobiernos del estado, las comunidades autónomas y todos y cada uno de los municipios que salpican el suelo patrio se afanan en aprobar sus presupuestos para el próximo año. Todos aspiran a cuadrar sus cuentas cuanto antes y, si es posible, sin que se produzcan grandes desencuentros entre socios, si se gobierna en coalición, o excesivos contratiempos y debates innecesarios, si se posee la mayoría. Nos encontramos, sin duda, ante el momento más importante de la legislatura.
Los presupuestos representan algo más que una mera relación de ingresos y gastos. Ayudan a entender la situación en la que se encuentran las cuentas públicas y ofrecen una visión exacta de cuáles son las prioridades de gobierno de la administración que los presenta; qué áreas y actuaciones concretas considera más o menos relevantes, qué objetivos pretende conseguir a corto y medio plazo, y cómo se plantea alcanzarlos. En teoría, deberían interpretarse como un documento en el que los gobernantes reconocen las necesidades, preocupaciones y deseos de la ciudadanía, al tiempo que expresan su voluntad de asumirlas como propias, priorizarlas y asignar los recursos necesarios para darles cumplida respuesta.
Pero sabemos que no siempre es así. Hace unos días, la cadena Ser publicaba una grabación en la que Juan Marín, vicepresidente del Gobierno de la Junta de Andalucía y máximo dirigente de Ciudadanos en esa Comunidad, expresaba ante un grupo de parlamentarios de su partido: “Ningún Gobierno aprueba presupuestos en el último año de legislatura, pero no porque no pueda aprobarlos sino sencillamente porque no interesa aprobarlos”.
Toda una declaración de intenciones, un claro ejemplo de lo que los presupuestos no deberían ser en ningún caso, y una muestra evidente del comportamiento despreciable de algunos políticos a los que la ciudadanía debería recordar cuando acude a las urnas.
Es posible que Marín no haya leído a Maurras, quien, reinterpretando una famosa sentencia de Leibniz, afirmaba que “la política es el arte de hacer posible lo necesario”. O tal vez conozca la frase, pero haya decidido interpretarla a su manera: hacer posible lo necesario para él, no para quienes le han votado, las personas a las que se debe y deberían ser el centro de toda su acción de gobierno.
No es este, por desgracia, el primero ni el único dirigente político que antepone sus intereses personales y de partido a los de la ciudadanía, a la hora de negociar y elaborar los presupuestos, es decir, a la hora de decidir qué se piensa hacer con el dinero de todos. En más ocasiones de las que sería deseable, especialmente cuando se gobierna en coalición y se hace más evidente la pugna por aparecer como el partido más útil, los responsables de la fuerza mayoritaria, preocupados por exhibir su poder frente a los socios minoritarios, pueden sentirse tentados de manifestar un comportamiento similar. Para ello, la siempre engorrosa burocracia administrativa y la obligación de ceñirse a la rigurosa estructura del diseño presupuestario suelen servir como pretexto para enmarañar los procesos de debate, tensar las negociaciones y dificultar los acuerdos.
Conceptos que han sido pensados para acotar, clarificar e informar de la procedencia de los ingresos y los tipos de gasto pueden llegar a convertirse en una especie de intrincado laberinto de excusas, pseudoproblemas y enredos que, en el mejor de los casos,
persiguen el cumplimiento de un aparentemente inmutable pacto de gobierno, pero que en otras ocasiones es posible que también escondan otro tipo de intereses.
Porque no parece disparatado pensar que, tras un proceso de evaluación, renegociación, acuerdo y explicación a la ciudadanía, pueda modificarse un pacto firmado tres años antes, en circunstancias muy concretas y con unas previsiones de futuro que no contemplaran determinadas variables sociales, económicas o sanitarias que, sin embargo, se hubieran producido después. Las necesidades que estos cambios imprevistos hubieran generado en la ciudadanía deberían ser atendidas igualmente y, en muchos casos, tal vez, de manera prioritaria.
Alguien dijo, no sé si con mayor o menor acierto, que detrás de cada necesidad existe un derecho. Termino con otra cita, esta vez de Groucho Marx, que nos dejó su propia definición de política: “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Nada tiene que ver con el modelo de negociación responsable, búsqueda incansable del acuerdo y respeto al socio político y a la ciudadanía que defiendo, pero temo que se ajuste bastante al patrón que siguen muchos gobernantes a la hora de elaborar presupuestos. Aunque me gustaría equivocarme.