“Cuando mi madre me mandaba a comprar siempre se me olvidaba algo. ¡Si me aprendí el nombre de mi mujer después de ocho años!”. Y la sala al completo rompe a reír. “Y es que los hombres somos despistados por naturaleza. Está en nuestros genes. Cuando esto pasaba, mi madre me tiraba una zapatilla que me daba en la cara. Eso jodía, claro que, con mi mujer, es peor. Porque me deja un mes sin… bueno, ya sabéis”. De nuevo risotadas y algún que otro aplauso improvisado. Yo, que he pagado mi entrada para estar en ese teatro, yo, que venía con ganas de disfrutar de unos cuantos monólogos, no puedo dar crédito a lo que escucho. ¿Soy la única a la que no le hacen ni pizca de gracia los chistes machistas y estereotipados? Después de darle un sorbo a mi refresco intento calmarme. Quizá deba darle otra oportunidad al hombre del escenario. “Y cuando mi mujer me pregunta: ¿Sabes qué día es mañana, cariño? Yo me quedo petrificado. ¡Yo que sé! Pues la tía se pilla un rebote por olvidar nuestro aniversario… Se pone hipocondríaca, y enseguida dramatiza. Que si no la quiero, que si soy un despreocupado, que si no me fijo en los detalles… Encima suma otro mes al castigo. ¡Joder, prefería la zapatilla de mi madre!” De nuevo todos ríen. De nuevo empiezo a preguntarme qué narices le pasa a la gente.
El machismo está tan enraizado en la sociedad que ha conseguido normalizarse con una facilidad pasmosa. Es algo tan habitual que hacer alusión a él y a los estereotipos patriarcales nos hace una gracia infinita. Contar algún chiste en el que la madre es la que cocina, la que riñe, la exigente y la exagerada, o en el que el padre es el que trabaja, el simple, el que se tira en el sillón con una revista deportiva o el despreocupado es asegurarse las risas del personal. Dar por sentado este tipo de cosas es muy grave. Es el ejemplo más claro de que en el imaginario colectivo es la estructura patriarcal la que gana. Pero no culpemos solo a los monologuistas o a los que hacen comentarios machistas. Asumamos nuestra responsabilidad y aceptemos que, desde el momento en el que uno se ríe de esto y lo permite está perpetrando ese imaginario que tanto daño hace. Y no solo a la mujer. También al hombre.
Soy consciente de que acomodarse en el rol de macho es muy fácil y ventajoso. Tienen más oportunidades para acceder a puestos de poder, se les presta más atención aunque no tengan nada que decir, cobran más dinero en el trabajo haciendo lo mismo que las mujeres, y sufren menos violencia. Pertenecer al grupo dominante siempre ha sido más práctico, y es un comportamiento instintivo. Pero es injusto, y acarrea una serie de cánones sociales a los que los hombres se enfrentan a diario. Por ejemplo, en España la baja por paternidad solo son dos semanas, mientras que la baja por maternidad asciende a 16. Cuando un hombre decide coger la baja para cuidar a sus hijos, o incluso no trabajar mientras su mujer se encarga del sustento económico, se enfrenta a un juicio social en el que se trata de determinar cuán masculino es. El sistema patriarcal no favorece a ninguno de los dos sexos. Y son estos, hombres y mujeres, los que tienen que derrocarlo.
Sé que los hombres están cansados de que se les criminalice por el simple hecho de serlo. Pero a las mujeres también nos ocurre. Llegados a este punto es necesario empatizar con el sexo opuesto, así que me gustaría que pensarais por un momento que estáis caminando por un campo de trigo tan alto que no podéis ver el cielo. Andáis desorientados sin saber a dónde os dirigís. De pronto, de la maleza aparece un jabalí de más de 600 kg que arremete contra vosotros. Seguramente cuando ese jabalí se marche, si es que no ha acabado con vuestra vida, procuraréis levantaros y caminar con los ojos bien abiertos, con mucha más precaución e inseguridad. Trataréis de evitar que ese peligroso jabalí os vuelva a coger desprevenidos. Y casi con total seguridad pensaréis que la mejor opción si eso ocurre es salir corriendo a un lugar seguro. Esto es lo que nos ocurre a nosotras. Más del 22% de mujeres han sufrido violencia física o sexual, y más del 20% sufren a diario violencia psicológica. Muchas de nosotras hemos sido castigadas por nuestra condición de mujer. Y hemos sido embestidas injustamente por un feroz jabalí. Ahora caminamos mucho más despacio, con mucha más prudencia y con miedo por si volvernos a toparnos con otro animal.
Las mujeres vivimos expuestas al sentimiento de vulnerabilidad. ¿Alguna vez habéis pensado por qué las chicas dormimos en tantas ocasiones en casa de nuestras amigas cuando salimos algún sábado hasta tarde? Porque buscamos la protección del grupo. ¿Alguna vez vuestros padres os han pedido que, por favor, alguien os acompañara hasta el portal al volver a casa? ¿Alguna vez habéis cambiado de planes y habéis evitado salir a cierta hora para no tener que caminar sola de noche? A mí me ha pasado. Y todo esto solo por ser mujer.
Sin lugar a dudas la opción más equitativa es salir de este sistema patriarcal. No es justo que se criminalice a los hombres, pero tampoco que se castigue a las mujeres. Necesitamos de hombres, de hombres feministas que sean capaces de empatizar con nuestra causa y que no toleren comportamientos machistas en otros hombres. Tenemos que dejar de presuponer que una mujer no puede dar la mano, y debe dejar que invadan su espacio vital y poner sus mejillas para que le den dos besos. No hay que dar por sentado que un hombre no puede cuidar de sus hijos y dejar su trabajo desatendido. Deberíamos pensar en todo esto cuando vayamos a ver un monólogo y el chiste estrella hable de las zapatillas de las madres, de las revistas deportivas de los padres y de las diferencias genéticas que hay entre un sexo y el otro. Deberíamos pensar en esto antes de romper a reír, porque si lo hacemos estaremos contribuyendo al machismo más peligroso: el machismo cultural, el machismo escondido. Y lo peor de todo es que lo haremos sin darnos cuenta.