Desde el centro de la oscura calle los ve saltar de balcón en balcón. Son muy rápidos, y solo dejan tras de sí una efímera sombra. Se esconden por todas partes, y los más intrépidos se infiltran entre la gente para convertirla y juntos poder destruir el mundo. “¿Qué queréis de mí?” Se pregunta aturdido. No puede verlos bien, pero los insurgentes llevan ropa extravagante. Las mujeres visten un mono lila, y andan demasiado espatarradas. Parecen camioneros.
Los hombres llevan un mono rosa. Y al caminar son muy femeninos. Todos llevan en el pecho una exótica bandera de colores. “¡¿A qué habéis venido?!” El hombre tiene miedo. Cada vez son más. De entre las sombras aparece una silueta siniestra. Lleva una indumentaria reluciente, como de plástico, y un casco que le tapa la cara. ¿Es… Darth Vader? “Somos El Imperio”. ¡Pero si es la voz de Boris Izaguirre! “El Imperio Gay. Y venimos con ateos, feministas y refugiados a dominar el planeta”. Antes de poder contestar a esa blasfemia, Antonio abre los ojos asustado. Dios mío… ¿ya estamos otra vez? ¡Y aun no es de día!
Debe de ser una pesadilla recurrente para el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares: feministas luchando por la mujer, ateos viviendo al margen de la moralidad, homosexuales casándose y teniendo familia, refugiados intentando sobrevivir… El Apocalipsis, vaya. ¿Cómo quedarse quieto ante lo que él ve como “una subversión en toda regla, una revolución cultural de consecuencias destructivas de grandísimo alcance para el futuro del hombre”? Claro que no. Hay que actuar. Y Cañizares actúa.
El que fuera amigo de Camps, un seguidor de sus homolías, declaró hace unas semanas su preocupación por la buena familia cristiana, el núcleo de la sociedad. Cañizares sentenció que España “ha asistido a una importante escalada contra la familia por parte de dirigentes políticos, ayudados por poderes como el imperio gay y ciertas ideologías feministas”. Como si con ello no hubiera dejado las cosas bien claras, añadió que “la ideología de género desfigura la verdad del hombre”, y la calificó como “la más insidiosa -dañina- que ha habido en toda la historia”.
De un plumazo equiparó la lucha por la igualdad de género con una pantomima maliciosa que hace temblar los pilares sobre los que se asienta la imagen del sexo masculino. No se puede esperar más de alguien que nunca dejará que una mujer oficie misa porque “Cristo fue un hombre, y solo un hombre puede desarrollar esa tarea”. Al parecer el arzobispo no ve en su entorno ningún tipo de discriminación. Y lo que es peor: tampoco la ve en su religión, una religión profundamente machista. Existen cientos de versículos en la Biblia que tratan a la mujer como un objeto, un ser que procede del varón y al que le tiene que agradecer su existencia con sumisión. La imagen del hombre en el cristianismo es la de la creación más perfecta que ha hecho Dios. Las mujeres solo son un subproducto, una herramienta para perpetuar la raza humana. Su obligación es la de respetar y cuidar al hombre, dejarse hacer tantas cosas como él quiera y nunca pensar. Solo obedecer. Lo más preocupante es que se trata de la Biblia, la piedra angular que sustenta la religión cristiana, y esta cuenta con más de 1.254 millones de seguidores en todo el mundo. ¿Cuántos de ellos habrán sido educados bajo los valores (en muchos casos machistas, homófobos y racistas) que predica la biblia?
Pero la lucha de Cañizares por conseguir que la sociedad se convierta a la fe cristiana no se acaba aquí. En plena crisis dijo no ver más pobreza que en los años de bonanza. Cuando empezaron a llegar refugiados a Eurpa desató la alarma al preguntarse si “eran trigo limpio”, y afirmó que la lucha por poder vivir, aún a riesgo de morir en el intento, tan solo era el caballo de Troya que resquebrajará la Unión Europea. Cuando se le preguntó a Cañizares sobre los casos de pederastia que manchan la intachable –nótese aquí un ligero toque de ironía- reputación de la Iglesia, no dudó en sentenciar que “lo que ocurre en unos cuantos colegios no es comparable a lo que ocurre con el aborto”. Desde luego es más lógico violar a un niño desprotegido y traumatizarle para el resto de su vida que ponerle fin a algo que no ha tenido principio.
Pese a este comportamiento el arzobispo de Valencia dice que no es ni homófobo, ni racista, ni sexista. Además, después de aquello del “imperio gay” y de la “insidiosa ideología de género”, Cañizares escribió a Ximo Puig y a Mónica Oltra por la reprimenda que estos emprendieron contra él, calificando sus declaraciones de retrógradas. Cañizares les confesó que ambos le recordaban a “tiempos de Franco, cuando se censuraban homilías”. ¿No es más franquista ver en el diferente, ver en el que no piensa como tú o cree en otra religión el enemigo que destruye la unidad que predicas? ¿No es más franquista promover la desobediencia de las leyes de igualdad de género por perpetuar la supremacía de hombre? ¿No es más franquista potenciar el de odio hacia algunos grupos sociales solo por llevar la vida que quieren llevar?
Estas declaraciones son fruto de un extremismo que hiere, y que no representa a todos los católicos. Por suerte vivimos en una sociedad libre en la que la diversidad de religiones y de culturas es cada vez mayor. Pero no por suerte para todos. El radicalismo del obispo Cañizares es el grito desesperado, la última carta por jugar y la pataleta agonizante de alguien que ve cómo la Iglesia está perdiendo adeptos. Es incapaz de aceptar que el catolicismo no inventó el concepto de familia, que este concepto es fruto de la evolución de la humanidad. Es incapaz de aceptar que para entender el mundo ya no es necesario acudir a la religión. Y en esta ineptitud se torna más intransigente y más soberano. Intenta dominar a las masas a la antigua usanza: creando odio hacia lo diferente, imponiendo su radicalismo, ofreciendo la alternativa que predica como la única forma de evolución y supervivencia. ¿Eso no es franquista, Su Ilustrísima Antonio Cañizares?