“¿Enserio juegas al PokémonGo?”. Una cara de asco para acompañar el tono irritante. “La gente que juega a eso es imbécil”. Las cejas muy juntas, formando una uve sobre la nariz y enseñando un rostro enfadado. “Lo que me preocupa es que los jóvenes ya no buscan trabajo, solo buscan pokemons”. Mirada de resignación, con los ojos medio cerrados y un movimiento asimétrico de la cabeza hacia ambos lados. Pregunte donde pregunte, la actitud siempre es la misma: odio sistemático hacia el juego PokémonGo.
La fiebre de esta aplicación para móviles ha venido acompañada de otra mucho más intensa. Casi espiritual. La de creer que las personas que han sucumbido a este juego son idiotas que pierden su tiempo en animales virtuales cuando hay problemas más serios que solucionar; que son jóvenes dispuestos a invertir tardes enteras en esa tontería antes que ponerse a buscar trabajo; que forman parte de una generación perdida sin esperanzas de mejorar.
Pero, ¿sabes una cosa? Casi todos los detractores del PokémonGo manifiestan su opinión diariamente a través de las redes sociales. Que digo yo… ¿Eso no es perder el tiempo? ¿Estar todo el día en Facebook capitaneando el odio visceral hacia los jugadores de Pokémon no es dejar de dedicarte a problemas más importantes? ¿Acaso se busca trabajo compartiendo fotos de gatitos y videos de recetas culiarias? Todos somos esclavos de las nuevas tecnologías, aunque unas estén más aceptadas que otras.
Es cierto que mucha gente se obsesiona con el juego y es capaz de hacer lo indecible por conseguir un pokémon. Es cierto que algunas personas dedicarán todo su tiempo a esta aplicación. Una conducta insalubre y poco recomendable. Pero generalizar y exagerar nunca fue la mejor técnica para construir una opinión. Además, ¿en qué se diferencia este juego de otras consolas como la Nintendo DS, la PSP o la GameBoy? Lo único que cambia es la forma y el contexto. Ahora los niños ya no piden a los reyes magos su consola portátil, sino que les quitan los teléfonos a los padres. Ahora no se sientan en un banco a jugar solos al Súper Mario, sino que caminan por las calles con un grupo de amigos cazando pokemons. Ahora ya no es un fenómeno individualista de alguien que decide echar la tarde jugando en su casa, sino que gracias a las redes socialesse ha despertado un revuelo mediático y social que ha vapuleado a absolutamente todo el planeta.
Pero no nos equivoquemos: PokémonGo solo es el ejemplo más reciente de que vivimos para Internet. Le ha tocado a él recibir todas las críticas y hacer de cabeza de turco en un fenómeno que llevamos años presenciando: la absorción mental en la que estamos metidos gracias a WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram, y un larguísimo etcétera. Porque no existen tantas diferencias entre los que están todo el día actualizando su muro y subiendo fotos a Internet con los que se pasan las horas cazando a animales virtuales.
Yo juego a PokemonGo. Yo he ido por la calle buscando a algún Pikachu. Pero yo también leo. También escribo. También busco trabajo. Y cada vez estoy más segura de que generalizar y exagerar nunca fue la mejor técnica para construir una opinión. Solo para enaltecer nuestra hipocresía.