Daría Terrádez Salom, portaveu de Compromís per Bétera
Hace unos días me encontraba en una comida y hablando con uno de los amigos con los que comía, este empezó a criticar esta fiebre feminista de no poder decir un piropo, de que los hombres no cedan los asientos a una mujer en un medio de transporte público o abrirle la puerta para que pase delante. Todos conocemos estas formas por modos de cortesía a las que todos y todas estamos acostumbrados, excepto el piropo que para nada es una cortesía.
Pues bien, intenté que me contestara a una pregunta clara: ¿por qué una mujer, por el mero hecho de ser mujer, que ni está embarazada o es mayor, debe sentarse y un hombre puede mantenerse de pie en un autobús? Un intento infructuoso, por cierto. Esta misma pregunta y muchas otras se las plantearía a esos hombres que dicen que los micromachismos son tonterías de feministas amargadas; señores son muestras de machismo quieran ustedes o no. Las mujeres tenemos el cuerpo hecho para bipedestar igual que ustedes los hombres. En el mismo sentido, no quiero ir por la calle y que me digan lo guapa que soy o que menudo culo tengo, que me lo diga un desconocido que ni me va ni me viene y cuya opinión sobre mi belleza o mi culo me es completamente indiferente. Y cuando dices esto, te miran como si fueras extraterrestre y, peor aún, muchos pensarán que tu vida sexual no pasa por el mejor de los momentos. Además, muchos de ellos, en un alarde de intentar seguir con el debate de forma sesuda te dirán que eso del feminismo es una chorrada, que lo único que quiere el feminismo es romper la igualdad, incluso te tildarán de hembrista por querer que las mujeres sean superiores a los hombres, algo muy alejado de lo que propugna el feminismo.
Pues no señores, el feminismo no es eso ni mucho menos; las mujeres hemos estado y estamos en la actualidad muy por debajo en materia de oportunidades sociales, profesionales, académicas, políticas y un largo etcétera. Durante el franquismo, y con la cooperación necesaria de la Iglesia católica, las mujeres no éramos más que objetos que parían, cuidaban de la casa y de los niños y complacían al marido, en el más amplio sentido de la palabra. Con la democracia llegó el artículo 14 de la Constitución y, según la mayoría, la solución a nuestros problemas de desigualdad. ¡Pues ni mucho menos! Son muchos los síntomas que demuestran que la igualdad, la real, no ha llegado a la vida de las mujeres, ni de las niñas, ni de las adolescentes, ni de las mujeres mayores.
La violencia contra las mujeres es uno de esos ejemplos, un ejemplo sangrante con el que nos desayunamos cada vez que leemos los periódicos; mujeres violadas por grupos de salvajes que más bien parecen piaras, mujeres maltratadas por sus maridos, parejas o ex-parejas y mujeres insultadas por su apariencia, por no entrar en los cánones establecidos por la industria de la moda, por cómo se expresa, por cualquier cosa que no cuadre con el estereotipo de mujer que la mente de muchos hombres ha construido tras años y años de educación patriarcal, del fuerte, el hombre, que debe proteger a la mujer, la débil, del sabio que debe instruir a la pobrecita ignorante.
Y para acabar de redondear este asunto siempre habrá un hombre que espetará que todos los años mueren unos 30 hombres a manos de sus parejas femeninas (extrañamente la cifra es siempre la misma) o que la mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas (esto último lo dijo Toni Cantó, el ilustre diputado de Ciudadanos).
Incluso hay muchos, aún demasiados, hombres, de distintas edades, que piensan que el sitio de la mujer está en casa (sí, como hace más de 40 años), que la mujer es la que mejor cuida de los hijos y de sus mayores (los de él también) o que Juani plancha de miedo y si lo hace ella para qué me voy a meter yo, porque yo no sé. Parece mentira que sigamos replicando estereotipos del más oscuro Medievo, que sigamos educando a nuestras hijas en el mito del amor romántico, de ese príncipe azul que algún día tocará a nuestra puerta y nos llevará en su blanco corcel a un mundo de fantasía y de ilusión y que si nos controla el móvil, nos controla el Whatsapp o nos pregunta minuto sí minuto también dónde estamos es porque nos quiere mucho y nos debe proteger. Esas niñas, esas adolescentes que ahora piensan que es normal que su Iván, su Paco o su Johnny les haga un tercer grado sobre dónde han ido y con quién o sobre la altura de la falda son futuras mujeres que verán normal que su futuro Iván, Paco o Johnny les suelte un tortazo porque la cena está fría o les diga que son unas ineptas por no saber hacer croquetas como su madre, que era una santa y la mejor cocinera. Esas niñas, esas adolescentes, son ahora mujeres que ven con normalidad que su rutina haya cambiado, que ya no vean a los amigos de antes, que su mundo se va empequeñeciendo hasta que su Iván, su Paco o su Johnny son el único ser humano que tienen alrededor, ese que la quiere tanto y que la llama princesa mientras le pide la contraseña de su red social o le pide perdón por el empujón que le ha metido, que he llevado un mal día en el trabajo y lo he pagado contigo, mi cielo.
No somos su cielo, ni su vida ni su cari, ni su nada; somos mujeres, pero antes que mujeres, somos seres humanos con nuestra dignidad, nuestros derechos y nuestras necesidades, con nuestras ganas de sentirnos realizadas como personas y de que nadie nos pisotee por tener dos cromosomas X o que cuestione decisiones como la de no tener hijos y dedicarnos a estudiar o trabajar. Somos mujeres libres e independientes, debemos serlo y luchar por ello, pero ante todo somos personas con unas características biológicas distintas y punto; no somos ni cachorros adorables ni seres susceptibles de tutela a los que se debe cuidar, mimar, llevar de la mano y corregir cuando sea preciso. Y a los hombres les diría que se pusieran las gafitas moradas de vez en cuando, que vieran por nuestros ojos, que se sintieran observados por su ropa, su talla o su peinado y que pudieran escuchar, con esas mismas gafitas moradas, que qué rara estás hoy Carmencita, ¿estás con la regla, no?, o que pases al lado de un baboso que te diga que te gustaría comerte hasta … ¿Lo aguantarían? No, lo solventarían con una descomunal descarga de testosterona y serían aplaudidos por ello. Pero si nosotras nos revelamos frente a esa situación, le decimos basta a ese energúmeno que tenemos por pareja y que cada día nos humilla con sus insultos, o nos revolvemos frente a un piropo o frente al tío que se siente con la libertad de averiguar la talla de sujetador con su mano, o simplemente denunciamos y señalamos estas situaciones, entonces somos feminazis, amargadas criaturas que propugnan una ideología que pretende destruir la sociedad tal y como la entendemos, es decir unos arriba y otras abajo. Pues si es así, hacen falta más feminazis, más mujeres comprometidas consigo mismas y rebeldes ante el desprecio, la superioridad, o el afán de propiedad de muchos hombres.