Ahora que sale el Sol

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Iván Civera, historiador de Casinos

Ahora que sale el sol y que seguirá saliendo el resto de la semana –según sentencia del tiempo–, leo en el periódico que hoy empieza la Fase 0 de la desescalada. Sí, hoy empieza, y justo ahora, mientras escribo pienso en todas las escenas que hemos vivido y visto desde que el día 14 de marzo se decretara el ya tristemente conocido Estado de alarma. Si apenas habíamos escuchado o pronunciado esta palabra –si es que lo habíamos hecho–, durante este tiempo hemos reaprendido otras como “cuarentena”, “confinamiento”, “distancia social” o “desescalada”.

Es curioso pensar como palabras que antes apenas habíamos utilizado han adquirido ahora una nueva significación. Han pasado de ser términos abstractos a palabras a las que tenemos ligadas imágenes, recuerdos y emociones, que se han convertido ahora en parte de nuestra vida cotidiana.

Pero también palabras que utilizamos diariamente, la distancia que ha tomado ahora la diferencia entre “positivo” y “negativo”. Incluso nuestros actos, los actos repetitivos de todos los días han cambiado, aún siendo en la mayor parte los mismos. Salir al balcón, encender la tele, leer el periódico, ver una serie o película, ir a comprar, hablar por teléfono o hacer videollamadas, leer un libro o explorar las redes sociales… Todo ha seguido siendo igual y a la vez todo ha cambiado.

Salir al balcón para aplaudir a las ocho por el esfuerzo de sanitarias y sanitarios o escuchar mejor la sesión de música en el bando municipal de las seis, pero también, salir al balcón o la ventana para ver a los vecinos, para sentirnos menos solos, para hablar en altura, “¿cómo lo lleváis?”, “a veure si açò passa prompte”; encender la tele para ver las noticias, para ver todo lo que pasa fuera¸ en el país y en el mundo entero, para experimentar el horror y al mismo tiempo, la esperanza; leer el periódico y ver los gráficos que traen los titulares, la famosa “curva” de la que seguimos estando pendientes; engancharse a una serie, ahora más que nunca, para escapar al otro lado de la pantalla, por no poder salir a la calle; ir a comprar lo necesario, con cierto miedo, con cierto extrañamiento, disfrazados con guantes y mascarillas,disfrazados, sí,de algo que antes no éramos; hablar por teléfono o videollamada y ver a nuestros familiares, amigos, parejas, compañeros de trabajo o de estudio, sentir que la distancia era menos, cuando nunca había sido tanta; leer un poema en un libro ya leído… “Antes yo no sabía / por qué debemos todos / -día tras día- / seguir siempre adelante”; sumergirnos en las redes sociales y vivirmás en ellas.

En realidad, se podría decir que hemos estado –y seguiremos estando en muchos aspectos–, “televiviendo”, no solo porque algunos de nosotros hemos tenido que trabajar o estudiar online, sino porque literalmente hemos vivido a través de Internet, y especialmente las redes sociales. Son éstas las que, durante el tiempo que ha transcurrido el periodo más duro del confinamiento, los días oscuros de finales de marzo y principios de abril cuando las cifras no paraban de subir, nos han acercado más a los demás a través de hashtags, challenges, memes, o “cuestionarios” dándonos cuenta de lo mucho que tenemos en común; incluso han surgido iniciativas como “Casinos. Història i Patrimoni”, una cuenta de Instagram con el objetivo de difundir el patrimonio de nuestro pueblo. Pero su sentido no se reducía a eso exactamente, sino que,al igual que los artículos que han ido apareciendo en la prensa comarcal se podría pensar como el intento de preservar los vínculos entre nosotros, unos vínculos que, como hemos dicho, han sido más virtuales que nunca. En definitiva, por vivir online hasta la Junta Local Contra el Cáncer nos invitó a participar en las actividades de la RunCáncer 2020 que se celebraron en línea el 1 de mayo.

Hoy también pienso en mi sobrina, que ha cumplido cinco meses sin darse cuenta, sin ser consciente de lo que la ha rodeado. Estos días en los que se habla de responsabilidad política y ciudadana pienso en cómo le contaremos todo lo que ha pasado. Qué se dirá de todo esto cuando tenga la edad de su madre y su padre. Los que lo hemos vivido lo recordaremos de maneras distintas –la memoria, ya se sabe–.

En 30 años lo recordaremos cómo se recuerdan las cosas extraordinarias, y esta lo es en el peor de los sentidos. Seguramente, lo recordaremos como un viaje a un lugar exótico o una experiencia traumática, como recordamos un sueño cuando despertamos y lo vamos olvidando a medida que avanza la mañana.

Sin embargo, a mí sí me gustaría recordar nítidamente, y por eso anoto todo lo que ha pasado en este mundo y en esta tierra, en este pueblo. Me gustaría recordar el ruido de los pulverizadores (“turbos”) con los que algunos de los agricultores del pueblo –y en tantos otros pueblos– han desinfectado las calles día tras día, la donación de mascarillas del Club de Motociclismo, de la empresa Construcciones Euro6 y la recogida que hizo la farmacia.

Recordaré el esfuerzo de empleados y empleadas de tiendas, supermercados y hornos del pueblo por continuar trabajando, aún arriesgándose a sí mismos y a sus familias, me gustaría recordar a mis vecinos y vecinas, amigas y amigos animándonos unos a otros para resistir el encierro, especialmente los días tristes cuando llovía tanto, cuando pasaba tanto en todo el mundo.

Me gustaría recordar el trabajo de las modistas del pueblo que confeccionaron mascarillas para los demás, e incluso, hubo quien tejió y donó monos de protección para el Hospital de Llíria, el mismo para el que “La Casinera. Turrones y Peladillas” elaboró más de 100 monas de Pascua. Y por supuesto, recordaré a las sanitarias y sanitarios del pueblo que cada día, tanto en centros públicos como privados, en hospitales y ambulatorios, como en residencias de ancianos han trabajado para ver lo que estamos viendo, que el Sol sale de nuevo, y que seguirá saliendo. No puedo decir todos los nombres, pero vosotros sabéis quienes sois, y nosotros, lo que habéis hecho.

Si estos eran gestos de responsabilidad ciudadana, no menos importante ha sido el sentido de responsabilidad política de nuestras instituciones municipales, con la compra de mascarillas para el máximo posible de población y geles hidroalcohólicos para los comercios, con el cerramiento, ya antes de la aprobación del Estado de Alarma, de parques y jardines.

Me gustaría recordar su interés por las familias con menos recursos, especialmente sus niños, con gestos como la provisión de alimentos a los que disfrutaban de la beca comedor, así como el reparto de comida a casos sospechosos de infección.

Recordaré la entrega a empresarios y autónomos con profesiones de riesgo por el contacto con clientes de equipos de protección individual (paquete de guantes y mascarillas, gafas de protección, mono plástico y gel hidroalcohólico) para protegerse y protegernos. Una mascarilla o un par de guantes no significan mucho, pero coordinar la compra y entrega de miles de ellos no deja de ser un esfuerzo a considerar.

Recordaré la iniciativa de la sesión cotidiana de música para animarnos entre todos y al mismo tiempo, su suspensión en los días más oscuros, cuando el luto lo exigía. Porque no lo podemos olvidar: estamos viviendo una tragedia. Tal vez esta sea una oportunidad para humanizar nuestras instituciones. Hemos vivido una tragedia a nivel global, que como ya se ha dicho innumerables veces pero que no podemos olvidar, no ha distinguido de nacionalidad, género, sexo, ideología política o creencias religiosas. Una de la que, en los lugares donde ha sido más grave, ya se está empezando a hablar en términos de “trauma colectivo”. Una situación cuyas consecuencias sociales, económicas y políticas apenas estamos empezando a entrever. Pero pese a todo, sí, pese a todo, el Sol ha salido hoy, saldrá cada día del resto de la semana y nosotros con él. Ya vemos el camino.

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