Robert Raga, alcalde de l’Ajuntament de Riba-roja de Túria
Pocos días después de finalizada la cumbre de Glasgow sobre el cambio climático en el mundo, un halo de decepción e inconformismo nos invade al mismo tiempo que la inherente condición humana de lucha por la supervivencia nos impele a seguir trabajando por un planeta mejor. Los intereses insoslayables de los diversos países que en la cita de la ciudad escocesa se han dado cita han impedido un punto de encuentro más ambicioso en la lucha por la emisión de CO2 en el mundo. El incremento de dióxido de carbono que, desde algunas industrias, escondidas bajo el yugo de sus respectivos países, se expulsa a la atmósfera es un hecho incontestable que necesita de un cambio drástico a medio plazo como fórmula inexorable para alcanzar acuerdos internacionales sobre una reducción de gases. No sólo se trata de una cuestión de respeto ambiental sino, también, de proteger al ser humano. No en vano, ciertos estudios realizados en los últimos tiempos alertan de la vinculación directa entre el impacto de la polución y otros agentes asociados a la misma con ciertas patologías humanas. Especialmente, se trata de los accidentes cardiovasculares los que se esconden tras el incesante aumento de la degradación que envuelve nuestro entorno más próximo. La tendencia de las últimas décadas no se ha caracterizado, precisamente,por un respeto escrupuloso hacia el medio ambiente y, por ende, hacia nosotros, las personas. Al contrario, se ha vivido de espaldas a la realidad, a esa que nos marcaba la necesidad de reconducir conductas y comportamientos ajenos a la propia condición humana.
Sin embargo, todavía hay un ápice de esperanza. Algunos de los países con mayor superficie forestal como Rusia, Brasil, Canadá, Estados Unidos y China, entre otros, se han comprometido, en la cita de Glasgow, a terminar con la deforestación antes del año 2030. El compromiso llega tarde. Muy tarde, pero bienvenido sea. Se trata de una medida que ayudará, sin duda, a aliviar la carga negativa que soporta el planeta y que significa una aceleración galopante del calentamiento global. Estos gestos son los que deberían ser un espejo para el resto de países, de multinacionales y de organizaciones que se lucran a costa del deterioro de la naturaleza. Conviene recordar que muchos ayuntamientos firmamos el Pacto de Alcaldes por el Clima y la Energía para reducir las emisiones de CO2 en un 40% hasta el año 2030. Todavía quedan años por delante, pero a poco nuestro compromiso es cumplir esos plazos. Con esfuerzo, pero también con imaginación y dedicación. Las administraciones locales tenemos un papel esencial en la ejecución de esos acuerdos mundiales para alcanzar cuotas nunca vistas. El verdadero problema pasa por concienciarse sobre la importancia de desarrollar una política económica basada en el respeto ambiental en todos sus procesos de producción. Sin excusas ni pretextos. Cualquier contribución es válida si de esta forma ayudamos a salvar nuestro ecosistema. La flora y la fauna autóctonas son esenciales en esa supervivencia.
En este sentido, valga citar el programa Génesis como uno de los punteros que estamos implantando ya en Riba-roja de Túria como paradigma de lo que cada uno de los actores implicados –administraciones, países, multinacionales, empresa pública o empresa privada- debe velar por cubrir unos mínimos compromisos, con una restauración del paisaje de las riberas del río, la generación de empleo y la contribución de lucha contra el cambio climático. Reducir 111.483 toneladas de CO2 en un periodo de 50 años con la plantación de 80.000 árboles es nuestro reto, unido a nuestro día a día en el que nos guiamos por continuarla creación de un mundo más limpio, pero sin renunciar al progreso y al bienestar ciudadano.Los ayuntamientos tenemos mucho que decir y mucho que hacer por contribuir a un mundo mejor, más allá de las declaraciones institucionales o de las divagaciones que desde ciertas potencias mundiales se realizan periódicamente. Solo así estaremos más cerca de conseguir nuestros objetivos: salvar el mundo, un objetivo ingente pero apasionante.