Nico Marco, regidor d’Esport i Salut de l’Ajuntament de Llíria
Pido perdón de antemano por lo que voy a decir porque no quiero resultar ofensivo: las cucarachas son parte de la naturaleza y por tanto no tengo por qué ofenderlas…
Veo en las noticias que el pasado 22 de diciembre en el sorteo de la lotería de Navidad, hubo muchos insultos en las redes sociales de “gente” que se dedicó a decir lindezas de todo tipo (sobre todo racistas) a las niñas y niños de San Ildefonso. Un ejemplo: “echad cucal y poned a niños a cantar”. Por si alguien no lo sabe, el cucal es un veneno para cucarachas.
Insisto, no quiero ofender a las cucarachas; por eso no diré que quien así insulta, a sí mismo se retrata… ¡Es mucho peor! Las cucarachas siempre me han dado asco, para mí son bichos repelentes. Pero eso no es un defecto de las cucarachas, es un defecto mío. Ellas son simplemente parte de la naturaleza, ni han elegido ser como son ni son conscientes de ello. Quien insulta así amparándose en el “anonimato” de las redes se pone, para mí, muy por debajo de las cucarachas. Las cucarachas no tienen los tres niveles de cerebro que tenemos los humanos: solo el más primitivo de ellos, el cerebro de reptil, ya es superior, con mucho, al sistema nervioso de una cucaracha. Para que una persona pueda interactuar en las redes sociales, necesita disponer del cerebro de reptil, más el de mamífero más el neocórtex exclusivo del Homo Sapiens Sapiens y utilizarlos durante años para desarrollar una serie de habilidades. Por eso, usar todo ese sofisticado sistema cerebral que la evolución ha tardado millones de años en pulir para insultar así a niños y niñas, pone a quien lo hace, como he dicho, muy por debajo del nivel de las cucarachas. Es, por decirlo de manera suave, una muy mala manera de desperdiciar ese lujoso regalo de la naturaleza…
Todo esto me suscita la reflexión de si tanta red social y tanto aparatito no nos hará “evolucionar” de Homo Sapiens a Homo gilipollens, si es que no estamos ya ahí… En cualquier caso, creo que todos debemos intentar no llegar a eso. Una de las medidas para evitarlo, sería poner coto a esas redes sociales en las que alguna gente se deshumaniza y castigar con todo el peso de la ley comportamientos como el del ejemplo puesto arriba. Hay medios de sobra para localizar a quien hace eso y dar ejemplo de escarmiento con los casos más flagrantes. Tal vez alguien se querrá amparar en la libertad de expresión, pero esta, como todas las libertades, tiene también sus límites… Insultar a niñas y niños no es libertad de expresión, es simplemente una burrada. Se empieza por ahí, se sigue relacionando inmigración e inseguridad y se acaba echándoles bombas con la excusa del derecho a defenderse. Dirán que exagero, pero en el fondo subyace el mismo problema, el racismo y la aporofobia.
También me hace pensar todo esto en lo acertado que estuvo Einstein al afirmar en sus memorias que los soldados que desfilaban al paso de la oca no necesitaban cerebro, les sobraba con el bulbo raquídeo. Sin embargo, los energúmenos arriba nombrados aún tienen ese lujoso regalo de la naturaleza que es el cerebro humano y me niego a creer que no tengan capacidad de aprender, de mejorar, de renovarse. Por eso pienso que no solo hay que castigar, también hay que intentar educar de alguna manera a esa gente, enseñarles que es mejor alabar que insultar, ser humilde que ser soberbio, ser compasivo que ser cruel; en definitiva, que es mejor ser bueno que ser malo. Quizás peque de ingenuo, pero lo último que hay que perder es la esperanza.
Sigamos, pues, trabajando. Si logramos que uno solo de esos cafres abra los ojos y se arrepienta, ya habrá valido la pena. ¡Y ojalá funcionara también con los cafres de las bombas!