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Guerras

Nico Marco

Nico Marco, concejal de Deporte y Salud del Ayuntamiento de Llíria

Se cumplen ahora dos años desde que el sr. Putin decidió invadir Ucrania. En un mundo que aún estaba renqueante por la pandemia y el confinamiento, esta guerra ha tenido unas consecuencias inimaginables, ha hecho daño a muchísima gente, directa e indirectamente, por mucho que haya habido quien ha pretendido decir que es una excusa de los gobiernos. Por supuesto, las primeras víctimas son las que están allí sufriendo, muriendo y viendo morir. Ya van más de 300.000 muertos en la guerra de Putin. Y estos días uno más, aunque no en Ucrania: el líder opositor ruso más conocido, Alexei Navalni. No tenía Putin suficiente con encarcelarlo de por vida en las peores prisiones, al final se lo ha cargado. (Y no lo digo yo, lo ha afirmado, entre muchos otros, Biden, el presidente de los EEUU, quien a buen seguro está mejor informado que yo). Supongo que se les habrá ido la mano, porque me extraña que a Putin le interesara crear un mártir. Y menos ahora…

De la injusticia que se está cometiendo en Gaza he escrito ya bastante y no me cansaré de denunciarlo: la salvajada de Hamás no justifica las salvajadas del gobierno israelí. Bombardear a niños y niñas inocentes es un crimen, no hay excusa ninguna que lo pueda justificar…

Además, hay hoy en día en el mundo, por desgracia, muchas más guerras librándose en diferentes países: Siria, Birmania, Nagorno Karabaj, Sudán, Etiopía, Yemen y un larguísimo etcétera, hasta 59 según la wikipedia.

Si indagáramos en todas y cada una de esas guerras que hay en marcha en la actualidad, al final llegaríamos a encontrar un denominador común a todas ellas: por supuesto, falta de respeto a los derechos humanos y al más mínimo sentido común; pero también más cosas: en toda guerra siempre hay ganadores y perdedores. Y siempre son los mismos. Los perdedores son los que pagan con su sangre o también indirectamente con su subsistencia (como por ejemplo las víctimas de las hambrunas en África por la falta del grano ucraniano). Los perdedores son la gente humilde, los civiles bombardeados, el soldado que es carne de cañón en las trincheras y su familia, el enfermo al que no llega la asistencia por culpa de la guerra, el parado o el jubilado víctimas de la inflación, el trabajador que no llega a fin de mes, el agricultor víctima de la especulación y la burocracia, etc.

Los ganadores son los de siempre. Los que toman las grandes decisiones en las guerras están cómodamente sentados en sus mansiones o en sus despachos y, por supuesto, no padecen ninguna de las consecuencias de la guerra. Sin embargo sí salen beneficiados, por eso toman esas decisiones. El diario The Guardian, por ejemplo, nos cuenta que las grandes petroleras mundiales han obtenido unos 300.000 millones de dólares de beneficios extra en estos dos años. Y otro tanto podemos decir de los bancos. Las 22 principales corporaciones financieras del mundo han aumentado sus beneficios un 278%. No hace falta irse muy lejos, este mes hemos visto cómo los bancos españoles han publicado beneficios récord en su historia.

¿Qué podemos hacer los de en medio, los que tenemos la suerte de poder aguantar el temporal aunque también nos afecten la inflación y otras consecuencias de la guerra? Pues tomar partido, por supuesto. Hemos de elegir entre los que están cómodos en sus despachos o los que sufren por culpa de la guerra que aquellos deciden. Yo lo tengo muy claro, siempre lo he tenido: me posiciono al lado de los humildes, de los que mueren, de los que sufren, de los niños que lloran por su mutilación o su orfandad… Creo que es un deber moral ineludible. Creo que todos debemos poner nuestro granito de arena para paliar en la medida de lo posible ese sufrimiento. No digo que nos hayamos de convertir en antisistemas, pero sí que hemos de hacer algo, cada uno dentro de nuestras posibilidades. Por ejemplo, a veces se han propuesto boicots dignos de mejor causa que tal vez ahora sí haya llegado el momento de tomar en consideración. O, otro ejemplo, apoyando a los gobiernos (del nivel que sean) que intentan paliar eso, aunque sea mínimamente. Como el gobierno de España con su impuesto especial a la banca. O como el gobierno del Ayuntamiento de Llíria con su apoyo a la paz en Gaza. Tenemos, como siempre, dos opciones: dejarnos llevar del fácil pesimismo y decir que no hay nada que hacer, que todo está ya perdido, adoptando la política del avestruz, o motivarnos, sacar lo mejor de nosotros para poner ese granito de arena único que nadie más que cada uno de nosotros puede poner…

Olvidémonos de banderas, de religiones, de siglas políticas… Esto va de otra cosa, va de humanidad, de empatizar con los que sufren o con los que se benefician de su sufrimiento. Digan lo que digan, aún no hemos perdido esa capacidad; la mayoría de la gente es buena, solo le hace falta un acicate, algo que despierte sus conciencias. Un buen ejemplo es el terrorífico incendio de Campanar. Los valencianos no podemos estar más consternados, ha sido una desgracia terrible. ¡Pero tampoco podemos estar más orgullosos por la reacción de solidaridad de los vecinos! ¡Sigamos el ejemplo, reaccionemos ante tanta guerra y tanta desgracia!¿Qué vas a hacer, querido lector, pensar o pasar: colaborar con Médicos sin Fronteras o comprar acciones de la Shell…?

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