Article de Fernando Bellón , periodista i editor de la revista digital AGROICULTURA-PERINQUIETS (www.agroicultura.com). Ha treballat en innumerables mitjans (l‘últim, l’extinta RTVV), i en cinc continents. És autor de ‘Renau, la abrumadora responsabilidad del arte’, biografia del fotomontador i muralista valencià, i també de novel·les i obres teatrals. Viu a Burjassot, en l’Horta Nord de València.
Hace medio siglo, lo tengo registrado en mi memoria madrileña, mayo era el mes de los espárragos y de las fresas de Aranjuez. Todas las que se vendían en las fruterías de la capital de España procedían del valle del Tajo de Aranjuez. La industria agroalimenaria estaba en sus rudimentos. Toda la población, incluidos los más ricos, se alimentaba de las frutas y verduras de temporada que llegaban a los mercados de abastos.
En Valencia era igual, pero con los productos más variados y más frescos. Ni aquí ni allí había tomates en diciembre, ni naranjas en agosto. No había judías verdes en enero, ni alcachofas en octubre. Hoy, la producción bajo plástico ha roto ese círculo vicioso o virtuoso, según se mire. El invernadero y las cámaras frigoríficas, es decir, el transporte a larga distancia de productos imposibles o exóticos fuera de su temporada, ha inundado un mercado ya pletórico.
La agricultura convencional, con sus pesticidas, sus insecticidas, sus abonos sintéticos, la llamada Revolución Verde, ha dado de comer a mucha gente, como sostienen sus incondicionales. Los super-camiones frigoríficos cruzando Europa en dos días, los barcos preparados para transportar a grandes distancias productos perecederos, los mismos aviones que llevan en un suspiro berenjenas de los feraces campos de Marraketch a los páramos rusos, han convertido un mercado que hasta hace medio siglo era local o regional en un mercado… global.
La agroindustria, la agroquímica, la agroglobalización también han traído inconvenientes, tempestades que agitan la barquilla del consumo.
Tierras agostadas, plagas resistentes a todo antídoto sintético, consumo desproporcionado de agua y de combustibles, ruina de cosechas enteras por superproducción, guerras comerciales internacionales con las patatas o los pimientos víctimas incruentas en las cunetas…
La esperanza orgánica
En este marco de sombras apocalípticas prospera la agricultura ecológica y la agroecología. Son dos conceptos basados en uno, el cultivo sin agroquímicos.
La agricultura orgánica puede ser extensiva e intensiva a la vez, a base de monocultivos o con cierta diversidad, se enfoca a la rentabilidad extrema, y puede no reparar en las condiciones de trabajo de quienes la producen como contratados. Todo esto, siempre que cumpla con los requisitos reglamentados por los diversos comités que registran que las cosechas se han obtenido sin agroquímicos. Es propia de extensiones considerables y puede emplear invernaderos sofisticados.
La agroecología hunde sus raíces en la tierra con verdadero ahínco. Limita su producción a lo que cada lugar ofrece de modo natural a lo largo de las estaciones, limita el uso de invernaderos. Distribuye las frutas y verduras en un radio no superior a los cincuenta kilómetros. Propicia los cultivos en pequeña escala y favorece su combinación, su diversidad, para ahorrarle esfuerzos al sustrato. Procura consumir la menor cantidad posible de combustible en los trabajos de siembra, mantenimiento, recolección y distribución. Es propia de pequeños agricultores con pocas hectáreas de cultivos variados.
Los días 4 y 5 de marzo ha tenido lugar en la Universidad Politécnica de Valencia la primera parte del IV Curso Internacional de Agroecología y Desarrollo Sostenible. La segunda parte tendrá lugar en abril. En él han intervenido Miguel Ángel Altieri, padre de la ciencia Agroecológica, profesor en la Universidad de Berkley, en California, y su esposa, Clara Inés Nicholls Estrada, de la misma universidad.
Miguel Altieri, que sentó las bases de la Agroecología hace treinta años, habló de los éxitos certificados de este método en diversos escenarios iberoamericanos, desde Brasil hasta Chile, pasando por Colombia o México.
Altieri define la Agroecología como “una disciplina científica que usa la teoría ecológica para el estudio, el diseño, la gestión y la evaluación de los sistema agrícolas que son productivos y a la vez conservan las fuentes de riqueza. La investigación agroecológica considera las interacciones de los más importantes componentes biofísicos, técnicos y socioeconómicos de los sistemas de cultivo, y observa estos sistemas como unidades fundamentales de estudio, en los que los ciclos minerales, las transformaciones energéticas, los procesos biológicos y las relaciones socieocenómicas se analizan como un todo de un modo interdisciplinar”.
De campesino a campesino
En otras palabras: utilizan la experiencia secular de los campesinos que cultivan sin agroquímicos, para construir un método científico que sirva a los intereses de esos pequeños agricultores, basándose en la diversidad de cultivos, en la interacción con las plantas y los insectos capaces de ayudar al crecimiento de las cosechas que nos convienen, en la cooperación de campesino a campesino, que se van instruyendo en sus éxitos y en sus fracasos para aprovechar ese conocimento vasto que proporciona la experiencia.
En Centro y Suramérica son millones los campesinos que llevan siglos trabajando así, porque no tienen más remedio; las grandes producciones agroindustriales o les marginan o les expulsan. Esto ha dado lugar a la idea de Soberanía Alimentaria, que defiende que cada territorio produzca lo que puede consumir, más lo que puede intercambiar con territorios próximos. Su experiencia es la base del trabajo académico de Miguel Altieri, y se aplica también en Europa, aunque con las variables necesarias de latitud y clima.
Es admirable, encomiable, que haya miles de personas en la Comunidad Valenciana que practican la agroecología, que venden sus productos en mercados de proximidad o en lo que se llama CCC, circuitos cortos de comercialización, que procuran atenerse a las normas del cultivo orgánico, con certificación del CAECV (Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad Valenciana), o con los llamados Sistemas Participativos de Garantía (SPGs), en los que los consumidores habituales y los labradores vecinos certifican la calidad orgánica de los productos.
Casi siempre se trata de jóvenes cualificados, ingenieros superiores de agroganadería, ingenieros técnicos, capataces con formación profesional; y también algunos que han encontrado en el cultivo de la tierra una salida a su inacabable desempleo. Muchos de ellos carecen de certificación oficial o de tercera parte, es decir, se ganan la vida como pueden distribuyendo cestas a sus clientes más próximos. En la Comarca de Camp de Túria puede que haya dos docenas de explotaciones agrícolas basadas en las normas orgánicas.
Panorama prometedor y paradójico
El panorama de la agricultura ecológica certificada es este: España es el país de la Unión Europea con mayor extensión y mayor producción agrícola orgánica certificada, y el cuarto del mundo. Cerca de los dos millones de hectáreas (la mayoría en Andalucía, plantas forrajeras, olivo y cereales). Más de treinta mil productores (la mayoría en Cataluña, Asturias -ganaderos-, Andalucía y la Comunidad Valenciana). Eso significa que la mayoría aplastante de los cultivadores orgánicos españoles son pequeños empresarios.
Esta faceta certificada, oficial, es la que crece como la espuma gracias a la exportación, que suma las cuatro quintas partes de la producción bío española
Es decir, que llevan productos alimenticios orgánicos a miles de kilómetros.
Observe el lector que los dos sistemas conviven, son compatibles, el que busca rentabilidad para dar una vida decente a los que cultivan ecológico, y el que practica un compromiso ético basado en el mercado local.
Además de estas dos opciones de agricultura orgánica, se mueve por el mundo una plataforma que tiene un pie en lo orgánico y otro en lo convencional. Se llama “Agricultura Sostenible y de buenas prácticas”. Está por ver si intenta conciliar lo mejor que tienen estas opciones o solo aprovechar la ventolera orgánica en beneficio de los grandes productores.
El futuro, sostiene Altieri y quienes como él se dedican a la investigación agroecológica, es del cultivo orgánico, el único capaz de alimentar a la población mundial y de conservar en las mejores condiciones la tierra que habrá de alimentar a nuestros sucesores en el planeta.