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Su carrera más valiosa

Su carrera más valiosa

Tenía lugar esta “carrera”, esta maravillosa experiencia de la vida, unos días antes de que la Generalitat honrara a la mejor atleta elianera de todos los tiempos con el otorgamiento de su más alta Distinción al Mérito Deportivo. Sirva, pues, el relato como un muy sentido homenaje a la atleta y al maravilloso ser humano que se esconde bajo su máscara. Sin más prolegómenos, pasemos a contarlo….

 

¡SU CARRERA MÁS VALIOSA!

Quedaba muy poquito para el comienzo de la carrera. Apenas cinco minutos de nada y ultimábamos el calentamiento, tras los saludos de rigor, entre sanos contendientes. Todos habíamos preparado con especial hincapié esta tan especial confrontación. De reojo miraba a mis adversarios. ¡Esta vez más peligrosos que nunca!, barruntaba para mí, con un cierto halo de preocupación. ¡Seguro que hoy no gano! Los vaticinios previos auguraban una cruenta batalla. Sin duda que esta tarde de jueves, 1 de octubre de 2015, iba a ser especial.

Aparecieron los jueces de la competición, más bien juezas, enfundadas en batas de color blanco resplandeciente y cegador. Poco a poco fueron ubicándonos a cada uno en nuestra pista especial. Yo estaba situado en posición central. A mi derecha, un durísimo adversario, José María Gutiérrez. Dulce, amable, educado, fuera de la pista pero muy fiero en carrera. A la diestra, Javier. Todo un sabio veterano curtido en mil batallas. Enfrente, Ángela. La última que se disponía a acceder a la primera parrilla de lanzamiento, Carmina.

Ya quedaban, tan sólo, 60 segundos para el pistoletazo de salida. ¡Pero quién me manda meterme en estos fregados! ¡Con lo bien, y tranquilos, que estamos todos en casa y nos venimos a donar sangre! ¡Bahhhh!

Últimos segundos. Esta vez yo había elegido el brazo izquierdo, pero no me encontraban la vena, ¡mal presagio! ¡Todo parecía en mi contra! A ver el derecho…. ¡esta vez, sí! Amparo acertó, ante la atenta mirada de José María.

Y… ¡comienza la carrera!

Es un tipo de competición muy especial, a la que van sumándose, paulatinamente, contendientes. Y fue, precisamente, en una de esas incorporaciones cuando apareció ella. Emergió, casi, de la oscuridad. Con su especial belleza pronto se apoderó de todo el grupo, dominando toda la atmósfera. Como si fuera una perfecta ajedrecista, portaba las fichas blancas, las ganadoras, en esa cuadrícula imaginaria del tablero de ajedrez en que parecía derivar esta carrera. Elástica de seda blanca que brillaba como el cielo y pantalón azul oscuro. Todos los rivales no pudimos evitar contemplarla, aunque sin dar confianzas y amparados en el anonimato. Era evidente que la inmensa mayoría pensó, justo desde el instante en el que Concha ofreció su brazo izquierdo al juez de la competición, que ella tenía muchas papeletas para hacerse con la victoria. ¡Pocos íbamos a marrar el pronóstico!

Una vez superados los primeros envites de carrera, todo parecía trascurrir con la normalidad de otras jornadas. Ya iba yo por los 150 centilitros. ¡Uff… hoy va a ser duro! Oía la bomba extractora a mi izquierda, taladrándome el oído. Era la que canalizaba la extracción de Jaime. ¡Bum, bum…! ¡No parecía tener fin! Y yo lo veía muy entero, igual que a José María.

Cuando atravesábamos el ecuador de carrera me vinieron a la cabeza extraños pensamientos. ¡Pero qué gente tan heroína! Donando un bien muy preciado para ayuda desinteresada, generosa, amorosa, para quien lo pueda necesitar.

Lo dicho. Hoy no era mi día, estaba claro. No podía más. Quería continuar, pero me resultaba imposible. El reloj atravesaba la frontera de los 410 centilitros, me faltaban tan sólo 50. ¡Aguanta, Rafa! Mas, no me era posible. Nada, he sido el primero en levantar el brazo en señal de abandono.

Del pelotón en cabeza, todos en pie. Ángela por delante, seguida muy estrechamente por José María. Sin embargo, ya habíamos reparado, que Concha estaba remontando el vuelo como hacen las grandes. Empezó desde atrás, casi en la cola, y ya casi iba la primera. ¡Pero cómo era posible! Todos exhaustos, sucumbiendo, poco a poco y ella parecía, al contrario que todos, más ligera por momentos. ¡Ella no corría, parecía que volaba en pista! ¡Nos pasa a todos, seguro!

Último tramo, instantes finales de carrera. Y ahí desplegó Concha toda su potencia ganadora. Nos quedamos todos en los 460 centilitros. Pero ella nos sobrepasó a todos, a lo grande, son supremacía absoluta, con dominio pleno, dando ejemplo puro de lo que son las grandes campeonas, las de verdad.

Llegó sola a meta, con los brazos en alto, justo al, casi, triturar la cinta que da acceso a la gloria. A todos los que fuimos sus rivales nos salió del alma unir nuestras manos y tributarle el aplauso que se merece esa campeona, que no pudo enmascarar su honor tras camuflarse en el anonimato de la gente corriente. Porque aquí no salía a la pista la excepcional deportista que ella es, aquí sólo era Concha, una más.

Tras el bocadillo reparador, la ingesta de líquido, y el apretón de manos con todos, casi brotaban espontáneamente nuestros pensamientos.

¡Ni diecisiete, ni dieciocho ni diecinueve títulos de España! ¡Hoy, Concha Montaner había ganado la carrera más valiosa de su vida! Lo había hecho como los hacen los ídolos de verdad, los más humanos, los que no tienen los pies de barro.

Comentaba, con Javier. ¡Y quien no, querido amigo! “Si alguna vez me viera en la tesitura de necesitar sangre de donante anónimo y supiera que provenía de ella…

¡Qué honor más grande que fluyera por mis venas una chispa de la sangre de Concha, la mejor atleta elianera, y valenciana, de todos los tiempos!

 

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